Las manos de mama

En un pasado sin fechas ni escenario, en un hoy suspendido en el tiempo y en un mañana de probables recuerdos, unas manos unirán a protagonistas conocidos y otros aún por conocer. Son manos nudosas, surcadas por gruesas venas, de fuerte carácter y gran determinación. Su personal imagen acompaña momentos cargados de tan profundas emociones que hasta las palabras huyen incapaces de mentar con veracidad cuanto ellas son capaces de expresar.526035_4962619551844_485123766_n

La decisión a la hora de cruzar por diferentes realidades o un simple paso de peatones, el valor para afrontar una inyección o traer al mundo un hijo; caricias que hablan de amor pero también de dolor con solo cambiar la situación. Sutiles gestos de unas manos que no necesitan rostro porque solo ellas dirán tanto con tan poco.

Fueron grandes en un tiempo y escaparse de ellas, ardua tarea cargada de deseos de independencia pero también de temeridad en más ocasiones de las que cabría desear. Resultaron de gran ayuda cuando comenzaron hablar de igual a igual, fieles compañeras a la hora de saltar los charcos de la vida, maestras en el arte de dar y también de negar, representaron la autoridad sin más argumento que la fuerza y el consuelo más allá de las lagrimas. Ayuda inestimable en momentos decisivos, a cara descubierta y también en la clandestinidad, presencia necesaria a la hora de continuar, esperanza en la adversidad, el deseo hecho realidad.

«Más que besarla,
más que acostarnos juntos,
más que ninguna cosa;
ella me daba la mano y eso era amor»

Mario Benedetti

El libro presa del olvido

Desde el umbral de la biblioteca, la estancia imponía por dimensiones, presencia pero también por ausencia. Interminables estanterías de madera ennegrecida por el tiempo y quién sabe si por la indiferencia, aparecían vacías salvo algún olvidado ejemplar, de triste figura y aire altivo. Superviviente de mejores épocas, promesa de futuros momentos de ensoñación, resultaba imposible resistirse a su llamada, ignorar el agonizante mensaje de su existencia.

Foto: Mercedes De Soignie

Foto: Mercedes De Soignie

«No recuerdo la última vez que unas manos me acariciaron con deleite, que alguien se tomó el tiempo necesario para conocerme tal cómo soy, escudriñando en mi hasta no haber secretos. Apenas puedo recordar cómo se entregan los corazones cuando son incapaces de dominar el ansia por saber, descubrir, disfrutar. Sin prisas, con pausas.

Echo de menos las citas clandestinas, a media luz, donde el tiempo vuela al unísono con el espíritu. Cuerpo y alma unidos, indiferentes a cuanto acontece alrededor, inmersos en un mundo solo para dos. A veces soñado, no siempre comprendido pero aún así, compartido.

Necesito el entusiasmo ajeno, la pasión provocada a fuerza de llegar al corazón, el deleite de la posesión, la comunicación a través del tacto, la vista y el olfato. Añoro las relaciones que invitan a perderse desde el principio hasta el fin, porque toda historia tarde o temprano debe terminar. Así ha sido y siempre será.

Cuántos secretos desvelados, diálogos donde los sentimientos hablan en primera persona, venturas y desventuras de fieles compañeros en el camino de la imaginación. Pequeños tesoros protegidos por un silencio lleno de palabras cuidadosamente elegidas por quien siempre vivirá en mi. Aquel capaz de entregarse sin temor a la incomprensión o indiferencia, maestro a la hora de mostrarme sin reservas ni dobleces, como un libro abierto.

Luego llegó el abandono paulatino, pensé poder superar la soledad impuesta por las ausencias. La vida me había enseñado cuanto podía conseguir, hasta dónde llegar, qué esperar. Confié en sobrevivir pero la realidad exenta de sentimientos, de relaciones personales carece de sentido, solo conduce al olvido. Triste palabra entendida a fuerza de ignorancia y desidia.

Aquí me tienen, testigo impasible de idas y venidas, ajeno al fin de mi existencia. El tiempo ha ido borrando mi esencia hasta quedarme en blanco. Siempre me gusto como me sienta el negro».

Acariciando los bordes de aquel olvidado ejemplar se dirigió, lentamente, a uno de los regios sillones que amueblaban la estancia para perderse en su interior, dispuesta  a dejarse llevar por la magia de la escritura más allá del mundanal ruido.

La casa de la Libertad (II)

…..

Al caer la noche, el crepitante fuego daba un nuevo aspecto a la vivienda. Era entonces cuando la casa mostraba su imagen más cálida y acogedora, a pesar de ser la hora en que con mayor intensidad podían oirse sus quejidos y lamentos. Claramente percibíamos los ecos del paso del tiempo, la sonora vejez de la estructura, la jadeante respiración del ayer intentando alcanzar al hoy, mientras el mañana se escapaba por las rendijas de las ventanas.

Aún cuando creíamos conocerla como nadie, nos sorprendía desvelándonos algún nuevo secreto. Un día, después de llevar años viviendo entre sus paredes, descubrimos en los bajos una pequeña puerta hasta entonces desapercibida. No fue fácil abrirla y cuando finalmente lo conseguimos, una marea negra y pestilente nos alcanzó. La dejamos vaciarse y al entrar descubrimos, entre asombrados e ilusionados, muebles antiguos llenos de porquería tras estar, quién sabe cuántos años, sumergidos en estancadas aguas. Los recogimos, dejamos secar, limpiándolos con esmero y cuidado. Una tarea ardua y laboriosa pero entusiasta. A cada golpe de lija, la belleza de los torneados, la calidad de las piezas, nos recordaban el valor de las cosas bien hechas, de los trabajos esmerados.

Finalmente pudimos rescatar un ábaco sin números, los barrotes de un dosel y algún dintel de ignorada procedencia. Los pequeños tesoros pasaron a integrar la ya de por si peculiar decoración, añadiendo nuevas historias a las nuestras.IMG_2145

Con los barrotes a modo de marco hicimos un cuadro con la blanca pared como motivo central. Contemplarlo era una invitación a la imaginación, una evasión. Muy cerca, el ábaco sin números atraía la atención … ¿Qué significaba aquel trozo de madera lleno de agujeros? , ¿¿ Y las cuentas de madera?, ¿Quíen habría aprendido aritmética con él?

Formaban un bonito conjunto. La imaginación les unía y nosotros la utilizábamos para descifrar historias aún no desveladas. Números y palabras unidos en el mismo mundo, bajo el mismo techo. Cotizada adquisiciones para un entorno mágico.

……

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La casa de la Libertad (I)

Durante años vivimos en un maravilloso y destartalado caserón. Cada mañana la misma incógnita: ¿Qué se rompería hoy? La curiosidad de primera hora daba paso a la espera y esta a la improvisación necesaria para solventar, de la mejor manera posible, la avería o estropicio de turno. Nos acostábamos sabedores de que la historia se repetiría con mínimos cambios día tras día.

Todo era viejo y bonito, generalmente carente de valor a los ojos ajenos pero nosotros sabíamos de sus historias y cuando no, las inventábamos. En aquellas habitaciones la magia habitaba antes de nuestra llegada y la antigüedad les otorgaba notables privilegios, a los que no éramos ajenos. Nunca fueron tan creíbles las historias de fantasmas, los viajes a través del tiempo o el acecho de los Reyes Magos. Había cabida para todo, solo debíamos saber verlo.

Los niños crecieron siendo ciudadanos del mundo de la fantasía, sabedores de sus secretos, orgullosos de sus privilegios. Durante un tiempo invitaron a sus amigos pero pronto descubrieron que no todos somos capaces de ver y comprender las mismas cosas. Que lo diferente produce miedo y desconfianza, sentimientos extensivos a ellos, a todos.

Al principio no entendían por qué salían corriendo cuando al cruzar la puerta se encontraban frente por frente con la sonriente Casiopea. Una imponente tortuga de más de un metro de largo, siempre dispuesta a dar la bienvenida a quienes se acercaban a visitarnos. Paciente compañera de juegos, celosa confidente de conversaciones y confesiones hasta el amanecer.

¿A dónde lleva esta escalera? Preguntaban los más curiosos, los más discretos esperaban pacientes la información. En ambos casos, la curiosidad nunca fue realmente satisfecha. No conducía a ninguna parte pero era tan bonita que no podíamos permitir que la tiraran. Antaño unía el piso con la buhardilla pero habían tapiado el acceso hacía ya demasiado tiempo. Sus barrotes de madera torneada, estuvieron siempre presentes en comidas y cenas, en una época en que nunca sabía a ciencia cierta cuántos seríamos porque siempre aparecía alguien deseoso de hablar o escuchar. Los escalones servía de improvisados asientos ante la insuficiencia de sillas pero también fueron refugio de disgustos y enfados, estimulante rincón de juegos infantiles e importante soporte para la fantasía navideña.

Su fisonomía emanaba carácter y personalidad: techos de casi tres metros de altura coronados con sencillas molduras; enormes ventanales de múltiples cristales ocupando frontales enteros; rústicos suelos. Después de semanas arrancando y lijando, la madera había sido liberada de la opresiva moqueta, vestigio de un tiempo de aparente modernidad asesina de todo cuanto supusiera calidez, nobleza, sencillez. Los anchos tablones conferían a las estancias aires de ayer en vivo contraste con la actualidad del momento, creando una melodía ambiental difícilmente repetible.

Cuentos y otras historias

Erase una vez en un colindante país una traviesa niña, proyecto de mujer en ciernes, que creció entre fantásticos cuentos y bellas historias. Leyó tardes y noches para conocer otros mundos, vivir nuevas vidas, soñar otras realidades. Cruzó el espejo sin saber cómo ni cuándo. Vivió feliz como una perdiz ajena al acecho de lobos, ogros y otras criaturas de dudoso nacimiento.

El tiempo pasó sin apenas hacerse notar, eligió no abandonar Nunca Jamás y visitar periódicamente el país de las Maravillas. Creyó en la justicia más allá de intereses personales, en el poder de la inteligencia, en el valor como bien común, en la posibilidad de volar y la opción de elegir.

Un buen día o tal vez una oscura noche, la realidad se coló entre las ramas del bosque, las piedras del castillo, por las ventanas de la casa. Sin pociones mágicas, escudos protectores, poderosos hechizos, ni héroes leales, se enfrentó a sorprendentes revelaciones no exentas de fuertes  decepciones.

Cenicienta había roto el zapato al probárselo. La Bella Durmiente despertó de aburrimiento. Peter Pan sufría de vértigo. El País de las Maravillas no está al otro lado del espejo. Los príncipes azules destiñen. Los enanitos se conocieron en un centro de acogida. Barba Azul estaba siendo investigado por duplicidad de pensiones. Caperucita Roja lideraba una asociación protectora de animales y los malos, también ganan ……

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