Un buen día la vida dio la vuelta aunque no fue de forma imprevista, se veía venir desde hacía tiempo pero ya se sabe, una piensa que pasará de largo y de repente se encuentra ejerciendo de coprotagonista de la crisis. Entró a formar parte de los millones de damnificados por un seísmo económico que solo resultó ser la parte visible de algo más profundo: el fin del mundo en el que había crecido y pensaba morir.
Ser mujer y madre, le hicieron más débil pero lo peor resultó ser la edad, no porque se sintiera especialmente mayor o vulnerable al haber sobrepasado la barrera psicológica que habla de la juventud capaz de mover montañas y todo lo puede. En su haber se almacenaban demasiadas batallas como para dudar de sus capacidades, estaba preparada para luchar por los demás, por los suyos, por una vida mejor pero se había olvidado de cómo pelear por si misma. Fue triste ver cómo aquellos, con quienes compartió años y algunas cosas más, apartaban la cara para respirar aliviados de no ser los señalados, cómo evitaban contactos a todas luces no recomendables dada la situación. Resultó duro aún a sabiendas de la calidad humana circundante, del egoísmo que habla de miedo, debilidad y pobreza interior.
Volvió a casa para explicar que lejos de estar para solucionar problemas, mama resultaba ser hoy el problema, que aún intentando minimizarlo afectaría a todos y necesitaría de ellos para salir del agujero negro que se había tragado el plácido mundo hasta entonces habitado. Ella, pilar familiar, propulsora incluso en los momentos más duros, frente a las adversidades más imprevistas, sintió la realidad ceder a sus pies arrastrándolo todo. No sabía pedir, se había acostumbrado simplemente a seguir confiada en las fuerzas que en algún momento de la serie de acontecimientos que sacudieron sus vidas quedaron reducidas a cenizas, sepultadas bajo toneladas de escombros.
Hija de una época donde el orgullo de ser mujer acabó con roles y estereotipos que imponían silencio y sumisión, encontró el camino, que no la solución, en el apoyo de los suyos fruto de lecciones aprendidas y ejemplos compartidos, sembrados en lejanos días casi olvidados.
Hoy, cuando el mañana es ahora, volverá a recomponerse, a reconstruir el presente, a confiar en el verdadero motor que le anima a seguir: el amor a la vida, el deseo de vivir cuanto aún depare el camino.