Queridos Reyes Magos:

Otro año que me he portado mal. Yo lo intento, de verdad, pero el mundo no me deja. Pensaba que cuando fuera mayor sería más fácil. Todo parecía indicar que en un momento determinado uno cruza una línea imaginaria, no sé muy bien dónde se encuentra ni quien la pone, en que las piezas de este gran tinglado parecen encajar, no hay dudas, sabes ser justa, ecuánime, tienes las ideas claras, adquieres ese punto de sabiduría que permite no caer en la ira, saber sacar lo bueno de ti pero también de los demás, tener las soluciones a cuantos problemas se planteen, propios y ajenos, aconsejar guiada por la razón y la humildad.

Pues no, otro mito que se desploma y ya son muchos. Leyendas, cuentos, mentiras para endulzar el camino difícil de envejecer con dignidad. Al principio me enfadé, una cansa de ir descubriendo engaños a su paso y durante mucho tiempo pensé que tal vez el fallo estaba en mi, así que aún me enfadé más. Con tanto enfado acumulado se me olvidó pensar y me limité a dirigir recriminaciones a diestro y siniestro que para eso si soy generosa, no me quedo con nada.

Inmersa en un mar de quejas, herida en el orgullo de haber sido una misma y haber pagado los precios exigidos por semejante osadía, descubrí una desorbitada factura supuestamente impagada.

Lastrada por las huellas de los años en la piel y en el alma, aunque aquí son más profundas las provocadas por injusticias y traiciones, insatisfecha en un lugar en el que no quiero estar. Me gusta mirar el horizonte mientras planteo, entre sueños y deseos, mi futuro, aunque esa línea en el infinito cada vez parece más cerca porque no paro de avanzar. Deseosa por sentir el nervioso cosquilleo que nace en el estómago para expandirse por todo el cuerpo ante un nuevo proyecto, la posibilidad de crear, la lucha por seguir a pesar del mundo, otra vez está ahí con ganas de pelea, de continuar para descubrir que equivocarse no es más que otra forma de aprender, querer es tener y ser, la mejor forma de existir.

Poco a poco desapareció el tremendo enfado, volví a pensar y en esas ando cuando otra vez estáis a punto de llegar y tengo tantas cosas para pediros que no se por dónde empezar.

Lo de dejaros a vosotros elegir y darme la sorpresa no me ha dado buenos resultados en otras ocasiones, pero es tarde ya para enumerar así que aguardaré expectante.

Ah, el próximo año no intentaré ser buena porque para qué, pero si hacerlo mejor.

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Desarmando la Navidad

No cae nieve, ni suenan emotivas canciones navideñas, la chimenea ya no forma parte de la decoración, el abeto no huele a bosque y las velas son de plástico. Las fiestas llegan entre descafeinados preparativos, la falta de ilusión infantil se deja sentir como otras ausencias, tan añoradas como intensas.

Los aires de normalidad tampoco encajan en esta época, a pesar de los esfuerzos por eliminar sentimentalismos televisivos, deseos inyectados con fines lucrativos, exigencias de un paladar anulado por la abundancia, abrazos apresurados por días y noches de desapego, nuevos propósitos con aires de reproche, solidaridad envuelta en papel cebolla, buenos deseos con fecha de caducidad, anhelo de una vida nueva para un nuevo año porque la vieja ya la conocemos y sabemos de sus exigencias y carencias que en ocasiones son las nuestras.

La sobredosis de azúcar dispara la sensación de que todo llega para irse sin más, dejando tras si un gusto a tristeza con grandes dosis de melancolía. En este frenético trasiego que nos hemos montado, uno necesita reservar momentos para si en un intento desesperado por encontrar el espíritu, no el de la navidad sino el de la vida, ese que debería acompañarnos más allá de fechas señaladas y celebraciones programadas.

Será en el silencioso encuentro con uno mismo donde halles la paz necesaria para sentirte partícipe del mundo, capaz de decir tantas cosas que probablemente nunca oirás y hacer todo aquello que convertiría los sueños en realidad.

Es tiempo de desear ¡Feliz Navidad!

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Desarmando la Navidad

Me declaro oficialmente agotada y lo digo abiertamente sin asomo de reparo ante irónicos comentarios sobre el peso de la edad, el paso del tiempo o similares.
Realmente es cuestión de años pero no en el sentido pretendido sino en relación con saber lo que uno quiere y valora. No me gustan las celebraciones impuestas, no comparto la obligación institucionalizada de ser feliz en fechas predeterminadas. Estoy cansada de ponerme ciega a comer y beber porque la abundancia gastronómica estos días es sinónimo de bonanza mal entendida, de medir el amor al prójimo por el tamaño y número de regalos. Además, reconozco mi falta de condescendencia a la hora de abrir los míos. No quiero cosas prácticas, ni tonterías, ni nada que los demás consideren debería tener o poner, ignorando el gusto y necesidades reales del sujeto receptor, en este caso yo.
Me gusta compartir el tiempo con gente importante en mi vida durante todo el año sin tener que participar en el maratón de cenas y comidas navideñas, baremo al uso de popularidad y éxito social. Quizás la diferencia radica en que precisamente en estas fechas las ausencias son más sentidas aún si cabe.
Deseo de corazón todo lo mejor para la mayor parte de mi entorno pero igualmente pido justicia en este mundo, porque lo de purgar en el otro me provoca un inmenso recelo. Agradezco los buenos deseos que me incluyen aunque el día ocho de enero la realidad siga siendo la misma.

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Vestidas para la Navidad (I)

A pesar de la tendencia general para mi, esta es la época del año menos interesante para comprar ropa. Los escaparates hablan de animadas fiestas, deslumbrantes metalizados, brillantes lentejuelas y demás accesorios festivos, demasiado repetitivos y nada creativos. Es quizás en estas semanas cuando más constreñida se presenta la moda, cuando la imaginación parece saturada con tanta burbuja.

De todas las propuestas, me decanto por el terciopelo. Ese material cálido, colorista hasta el delirio, dúctil pero sobre todo elegante. Su capacidad camaleónica lo hace válìdo para el día y la noche con solo cambiar algunos accesorios.

Es momento de sobria elegancia, de dejarnos llevar por el exceso en complementos, zapatos y bolsos para jugar, más que nunca, a ser nosotras mismas.

Ralph Lauren - Carven - Tadashi Shoji

Ralph Lauren – Carven – Tadashi Shoji

Donna Karan - Valentino - Jil Sander - Michael Kors

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Ralph Lauren - Emporio Armani - Genny

Ralph Lauren – Emporio Armani – Genny

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Stella Mccartney