Contra todo pronóstico no son dieciséis. En este contexto no se trata de una expresión matemática, estos números nada tienen que ver con el álgebra y todo con las ilusiones y el trabajo de personas que, por diferentes avatares de la vida, se suben a un escenario dispuestos a abrir la puerta de mente y corazón a quienes, sentados en las butacas de la sala, se disponen a escuchar, teniendo en sus manos la posibilidad de hacer realidad una apuesta de vida o la resolución del futuro.
Dos minutos deben bastar para exponer, invitar, convencer y atraer a unos oyentes que vienen con sus propias cargas y limitaciones pero en ellos radica la llave para continuar avanzando. Tras esos ciento veinte minutos se esconden horas de trabajo, escogiendo las palabras más acertadas, redactando el mensaje más completo sin superar el límite temporal, buscando el tono, la inflexión de voz que capte mejor la atención, que comunique la intensidad de la implicación e incluso de la necesidad, escuchándose que nunca es fácil, controlando los nervios que todo lo desbaratan.
Sentada esperando el momento, ansiosa, con ganas y miedo a partes iguales, rodeada por compañeros conocidos o por conocer, unidos frente al pánico escénico, los fallos imprevistos, la amnesia coyuntural. Dos escalones separan las butacas del atril, la seguridad del anonimato de la exposición pública, exigiendo superar la dificultad de ponerse delante de desconocidos para hablar de uno, sabiendo que no hay marcha atrás, no se podrá repetir ni rectificar. Desde luego habrá más ocasiones pero serán otras.
Micrófono en mano, frente a caras apenas reconocibles, con el mensaje aprendido aunque a veces escondido tras la tensión, mirando sin ver, conectan las miradas y tras los ojos viene el resto del rostro, relajado, tranquilo con una sonrisa de apoyo, de complicidad y de repente, ya nada es igual. Habla para ella, con la tranquilidad de saberse escuchada y la certeza de no estar sola.
La percepción de la realidad cambia en apenas unos instantes, las palabras son meros instrumentos, el momento una oportunidad, la ocasión una posibilidad, los sentimientos se comparten, las ilusiones se transmiten, Nada es diferente y sin embargo, la trascendencia del momento da paso a la certeza del camino, y si no es este, otro encontrará.
Al alzar la mirada antes de irse, sonríe con la satisfacción de no haber dejado escapar la oportunidad segura de saber que habrá más.