Valores tradicionales como marca personal

Crear y resaltar aquello que nos caracteriza y diferencia del resto de competidores, potenciándolo hasta confundirlo con nuestra identidad, constituye la marca personal. Si antes hablábamos de personalidad como elemento diferenciador, no siempre positivo, ahora es un valor imprescindible a la hora de hacerse un hueco en el mercado.D&G Untitled3

La moda no es ajena a esta realidad y tanto firmas comerciales como diseñadores buscan afanosamente mostrar la suya. Uno de los ejemplos, a mi juicio, más llamativo cuando no brillante, son Dolce & Gabbana que rescatan la esencia de Sicilia, la pasan por sus talleres lanzándola de nuevo al mundo renovada si bien cargada de significado y connotaciones tradicionales.

Cuando la familia vive una profunda crisis donde la falta de comunicación y el desmedido uso de la tecnología impide cualquier avance, ellos cambian la habitual estampa de los miembros de la unidad familiar ante una mesa inmersos en sus teléfonos, por grupos familiares donde las miradas lo dicen todo y la risa se contagia.

Fotos: Domenico Dolce

Fotos: Domenico Dolce

Rescatan la figura de la matriarca, pilar fundamental, desbordando carácter, mostrando orgullosa el paso del tiempo como una codiciada posesión junto a una mujer moderna, la segunda generación, todo determinación, mientras los más pequeños son el futuro que mira con respeto a quienes le preceden. Es un mundo eminentemente femenino, donde las mujeres visten como viven, con elegancia y pasión, en un marco rural donde la naturaleza pone la decoración. El mensaje va dirigido a tres generaciones que conviven respetuosamente y comparten la alegría de vivir. De esta unión nace la fuerza como grupo social.

En la temporada verano 2015 dan una vuelta de tuerca más al trasladar el escenario a la España más cañí, mostrando sin complejos la simbología de unas raíces arraigadas en la tierra que evolucionan con los tiempos sin perder un ápice de sus valores.

dolce_a_a_sicilia_4003_620x431La campaña se llena de lunares, volantes, imagineria, bordados y elementos taurinos como la chaquetilla de matador, todo impregnado del erotismo femenino de la lencería y una actitud provocativa orgullosa. A la hora de explicar una admiración por nuestro país de la que ya habían hecho gala anteriormente, los diseñadores italianos recuerdan la presencia española en Sicilia durante trescientos años y su influencia en diferentes ámbitos como la música, gastronomía o elementos decorativos.

La España más folclórica se erige protagonista de las propuestas de Dolce & Gabbana, orgullosa de su influencia en la cultura mediterránea, reivindicando el papel fundamental de la familia, el respeto y la pasión por vivir.

Pongamos que hablamos de recuerdos (II)

Uno de los centros neurálgicos de la villa era el parque del Carbayedo, donde se celebraba el mercado del ganado y los pequeños se entretenían con juegos ya olvidados. Ajenos, los hombres de la casa disertaban sobre lo divino y humano  en bares con historia como el Reguero o la Tataguya. Hubo quien, a falta de móviles, establecería una segunda oficina en una mesa junto al teléfono público. Algunos de los clientes habituales, hoy son auténticas leyendas de un  mundo inexistente apenas recordado.

Como tampoco lo es aquel paseo en la margen izquierda de una infecta ría lleno de socavones, charcos de aceite e interminables redes remendadas por curtidas mujeres a pie de las embarcaciones. El chapapote se extendía por pedreros y playas, a donde entonces íbamos provistos de bocadillos o fiambrera para aprovechar el día. Ya en casa, Nivea y paciencia eran los mejores remedios para liberar los pies de antiestéticos pegotes fruto de vertidos descontrolados entendidos entonces como precio obligado del progreso.

Contaminación y fétidos olores anunciaban la llegada a la villa más negra y triste imaginada. Una tristeza encerrada tras los cristales en largas tardes de invierno cuando la lluvia llenaba días e incluso semanas porque, aunque de aquella nada sabíamos de cambios climáticos, antes llovía más y durante largos períodos de tiempo.

Desde la ventana de una habitación compartida con la imaginación, no veía el mundo pero contemplaba mágicos atardeceres rojos, alimento de sueños sin límites y expectativas limitadas. Aquella explosión de luz llenaba una adolescencia donde sonaba Mediterráneo de Serrat y escribir aliviaba las angustias propias de la incertidumbre.

El paso al instituto marcaba el inicio de una nueva etapa: la cosmética, el tabaco y los tacones se incorporaban a la vida aunque tal vez no en ese orden. A la par llegaron los bares. Eran tiempos de beber cerveza con granadina en la Araña, cutre y revolucionaria; mistelas sobre una alfombra de cacahuetes en el Maruxia, chigre de siempre que perdió personalidad al convertirse en lugar de moda, o reunirse en  el Dulcinea, punto de encuentro por excelencia. Allí se daban cita, privilegiados protagonistas de accidentados viajes al extranjero, activos partícipes del convulso mundo político que comenzaba a desperezarse al ritmo entusiasta del cambio y aspirantes a encontrar un lugar donde no sentirse ajeno.

Bar La Araña

Bar La Araña